lunes, 1 de junio de 2009

¿ERES VIRGO?


Por: Diana Parra


Te observo todos los días desde el otro lado del salón. Hoy has traído un nuevo libro, supongo que terminaste de leer El Conde de Montecristo, te faltaban unas 20 o 30 páginas cuando te fuiste ayer. Yo lo terminé antes que tú. Desde que te conocí éste ya es el tercer libro que compro, quiero leer lo que lees, así, cuando hablemos, podremos compartir algo. El corazón de Voltaire, apuntaré ese título en mi libreta.

¿Cuándo notarás mi presencia? Miras, pero no sé si es a mí o a través de mí. Me pregunto qué es lo que tanto me perturba de ti. No eres mi tipo, siempre me han gustado las de rostro delicado y curvas llamativas, tú por el contrario no eres precisamente curvilínea, sino más bien delgada, tu rostro está en el rango de lo normal: ni bonito ni feo, mentón ancho, ojos oscuros y pequeños, nariz alargada y tu boca… Me encanta, es fina, tiene forma de corazón aplanado. Tal vez, si cambio tu manera de vestir, con unas botas largas y una minifalda… No, ¿en qué estoy pensando?, te verías como un zancudo con botas, dejémoslo de esa forma.

Llevas tu cabello siempre recogido, con pequeños flecos sobre tus mejillas. Tus uñas bien pintadas, dedos y muñecas adornadas con bisuterías. Podría regalarte una joya… Un día tal vez.
Ahí estás otra vez, mordisqueándote ese mechón de pelo, lo dejas en tu boca un rato moviendo tus dientes como un conejillo, si te operaran van a sacarte una bola de pelo como a los gatos. Me gustaría quitarte esa manía, no se ve bien.
Ya son las siete, debo irme. Nota: comprar El corazón de Voltaire.

Son casi las cinco, ya no debes tardar. Hoy también te aguardo en una mesa contigua a la tuya.
—¿Desea algo más, señor?
—Otro café.
Por fin llegas, no traes libros ni revistas, pero sí traes compañía. Siempre vienes sola, no pensé que conocieras a alguien. ¿Dónde iba? ¡Página 72! Pero si apenas comenzaba la 30. Pediste dos capuchinos, por fin escucho tu voz. Tienes un raro acento, creo que no eres de por aquí, tu voz suena extraña, un poco ronca, pero me gusta.
Escucho atentamente lo que hablan y descubro cosas de ti: tu padre murió hace poco, estás triste pero a la vez aliviada, tu madre se fue para el extranjero a vivir con su hermana, adoras la capital y jamás regresarás… ¿a dónde?

Al parecer tu amiga debe encontrarse con alguien. Se despide. El mesero pregunta si deseas algo más, niegas con la cabeza y coges tu mochila. Quisiera decirte algo, pero solo te miro. De repente volteas y me descubres espiándote, me siento como un imbécil.
—Veo que está leyendo El corazón de Voltaire…
—Sí, es muy bueno.
—Yo lo empecé ayer, qué casualidad…
Te vas y no quiero que te vayas, debo decir algo rápido, mi cerebro va a millón pero mi boca no se mueve.
—Oye…
—¿Sí?, dime.
—¿Te gustaría tomar algo?
—¿Y por qué no?

Llegamos a mi apartamento. Destapo una botella de Dominio de Pingus 2004. Mientras tanto me cuentas que donde vives no es ni la mitad de esto. La vista te fascina, vas y vienes por el apartamento.

Te pido que me cuentes sobre ti, pero esquivas el asunto, debe ser por la muerte de tu padre. Cambio el tema. Pierdo el hilo de la conversación… Quiero besarte, pero es demasiado pronto. Me preguntas algo, no presto atención, sólo veo tus labios. Continúas hablando, asiento con mi cabeza, sonríes. Te sacas un mechón y te lo llevas a la boca, ¡ah!, tenías que empezar a mordisquearte el pelo, te lo quito suavemente, lo acomodo tras tu oreja, te digo que eso no es bueno, sonríes nuevamente, me dices que lo haces cuando estás nerviosa o cuando sientes que están mirándote demasiado, ahora comprendo por qué lo hacías en el café, sí, notabas mi presencia, sabías que te miraba. No digo nada.

Me besas, siento tus labios un poco ásperos, tu aliento a vino me embriaga, tu lengua danza con la mía, rodeo tu cintura, meto mi mano en tu blusa… tienes unos senos preciosos. Vamos a la cama.
Eres candela, no te imaginé así, pensé que serías complicada. Te había idealizado. Quieres que me recueste en la cama, un masaje, dices, como quieras quiero, aceite no tengo, tú sí, estás preparada. Claro que me desnudaré para ti. Te me escabulles un momento, regresas con aceites y unas franelas, amarras mis muñecas y mis tobillos a los barandales de la cama, te gusta jugar sucio, nunca lo he hecho pero creo que me gusta, ahora tapas mis ojos y mi boca.

Comienzo a sentirme incómodo, ¿qué tal resultes ser una ladrona y me dejes aquí, atado, como un zopenco desnudo? No me preocupa, mañana vendrá Rosa a limpiar y me encontrará. Quiero pedirte que me quites estas cosas. Estoy realmente incómodo.

Te subes a mi espalda, con tu voz ronca me dices al oído que confíe en ti, que me relaje… Lo hago, me entrego al contacto de tus manos con mi piel, lo disfruto, sí. ¡Róbame lo que quieras, mientras no te detengas!

Ahora es tu lengua la que me recorre, me haces cosquillas por ahí, eso, ahí me gusta, así está mejor, quieres metértelo a la boca… ¿No crees que sería mejor si me volteo?, creo que es momento que cambiemos, quiero decirte que deseo que me montes, aunque sólo puedo pensarlo, esta mordaza no me deja.

¿Más aceite?… Me lastimas… ¡No! no metas tus dedos ahí, quítate de encima, quiero liberarme de estas ataduras, no puedo. Intento gritar…
—¿Querías más?, ahí tienes, más de lo que podías imaginar, ¿te gusta? ¿Te gusta?, no lloriquees, no es para tanto. Esto era lo que querías, prácticamente me lo rogabas con tus miradas, pero qué cerrado estás ¿Eres virgo?…
¡Maldito degenerado!

Duele sentarse, disimulo el dolor con una sonrisa, ya son casi las cinco, tu mesa está vacía, esperándote, al igual que yo. Tengo un regalo para ti, y no es precisamente una joya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario