lunes, 1 de junio de 2009

CONVERSACIÓN 108: El Purgatorio


Por: Diego Ortiz


—¡Corre! ¡No mires hacia atrás!… ¡Que no me mires!

—Pero Maestro, ¿y si nos perdemos?

—¡Hace mucho que estamos perdidos!

Es bastante complicado correr por las calles céntricas de la ciudad, atestadas de gente como el Maestro y la Alumna, intentando evadir un nuevo control de seguridad. Desde el pasado 6 de agosto, eso hace ya unos ocho meses, el gobierno capitalino tomó drásticas determinaciones en cuanto a “cuidar de sus más preciadas posesiones”. Al ver que una facción de la población civil comenzó una serie de actos como la destrucción del museo neoposmoderno Bulevar Niza, el saqueo y posterior incendio a la joyería Iglesia Santa Clara y al hermoso salón de té y reuniones Palacio Liévano –entre los más relevantes–, la División Antidisturbios Urbanos, perteneciente a la sección de Vigilancia Gubernamental, recibió la orden de inmovilizar a toda persona con actitudes o comportamientos que pudieran levantar sospechas de amotinamiento, violencia, agresividad o sevicia. Con dicha disposición, comenzaron a capturar a todas las personas que circulaban por ciertas zonas de la ciudad como el centro, los sectores marginados, los linderos con poblaciones cercanas y algunos otros distritos que fueron considerados de máxima peligrosidad. Tanto Maestro como Alumna viven en barrios ubicados en una de esos sectores y hoy se dan cita en el centro para levantar su voz de protesta contra la represión que cae sobre varias cabezas en la ciudad.


Pero, ¿por qué corren con tanto desenfreno? Escuchemos lo que el Maestro le explica a la Alumna, mientras descansan agazapados en un callejón nauseabundo muy cerca de las ruinas del Faenza.

—Mi bella niña, todo ha cambiado. ¿Recuerdas al tipo que agarraron como culpable del incendio del centro Faenza?

—Sí, lo recuerdo muy bien.

—Los noticieros en Internet divulgaron que lo tenían encerrado en la Prisión del Sur. ¡Todo fue mentira!

—¿Cómo así? ¿Dónde lo tienen?

—La Comisión para la Protección Mundial construyó a espaldas de todos, hasta de algunos de los títeres que nos gobiernan, una prisión bajo tierra, allá en los terrenos de los Cementerios del Norte.

—¿Cómo se enteró de eso, Maestro?

—Mi niña, yo estuve allá.

El rostro de sorpresa de la Alumna lo dice todo, pero el Maestro no puede continuar con su historia, pues los pasos del tercer frente de la División se escuchan a pocos metros. La Alumna pasó por alto que hace tres meses el Maestro estuvo desaparecido por muchos días. Ella lo estuvo llamando insistentemente, lo estuvo buscando en los lugares que siempre frecuentaban: el Parque del Árbol de Caucho, la Calle del Faenza, la Plaza del Derrotado, la Avenida Real del Comercio, la Torre del Reloj, la zona cosmopolita, el Infierno.

En esos días, resignada y con el cansancio adherido a los huesos, prefirió refugiarse en la buhardilla que había arrendado y volver a leer los escritos del Maestro, buscando entre líneas alguna pista de su paradero. Fue el tiempo en el que el Maestro estuvo en el Purgatorio.


El Purgatorio es un edificio de 10 pisos subterráneos, construido en los terrenos de los Cementerios del Norte, que en principio fue diseñado para los refugiados de la guerra de 2012. Pero esa guerra fue tan virulenta y cambió tanto el concepto de ciudadano que, al final, la mayoría fuimos catalogados como detractores de la Ley. Las cárceles colapsaron. Grandes matanzas se sucedieron al interior de los centros penitenciarios motivadas por los guardias y gestionadas por los caciques y a pesar de ello, en cada celda dormían entre 20 y 30 personas.


Tanto el gobierno nacional como el capitalino determinaron adecuar el refugio abandonado como un lugar de reclusión. En esos días llegó la comitiva entregando una generosa contribución a la zona, para impulsar proyectos de desarrollo tecnológico y fomentando planes alimentarios a los menos favorecidos. Así, tomaron el control del edificio. Lo adecuaron y lo administraron. La primera cárcel privada del Estado.


Los ocupantes fueron los hombres, mujeres y niños capturados en las primeras redadas organizadas por la entonces recién fundada División. La mayoría había transgredido el toque de queda que se implantó por once días, entre el diez y el veintiuno de febrero, como último recurso para intentar controlar a los saboteadores de la Paz y el Orden de una nación que se jactaba de ser la más pacífica del continente, después de la guerra del 12. El 19 de febrero a las ocho y diecisiete de la mañana el Maestro fue capturado.

—¿Dónde? ¿Cómo? Pero, Maestro…

—Shh. No alces tanto la voz. Luego te cuento los detalles. Lo que quiero que sepas es lo que entendí allá adentro.

—¿Hay algo por entender en un lugar como ése?

—Sí, mi bella dama. La razón por la que hoy nos persiguen con tanta vehemencia.

De nuevo se escuchan los pasos de la División, pero esta vez ambos prefieren mantenerse quietos bajo la sombra del Embajador. La noche es cerrada y quedan pocas luces en la calle. Esperan hasta que sólo se oiga el viento que arrastra la basura levitando en el ambiente como única manifestación de movimiento. El Maestro siente el aliento tibio de la Alumna en su rostro, pero es más importante lo que le tiene que decir:

—Nos quieren transformar en otros. Lo que hay detrás de la Comisión es un programa que reestructura la personalidad, basado en un modelo aplicado en varios países, que busca respuestas idénticas ante ciertos estímulos, sobre todo los que tienen que ver con el miedo.

—¿Miedo, Maestro?

—Sí, mi Alumna. La Comisión condiciona a todas las personas que son arrastradas al Purgatorio, para luego venderles un programa a los gobiernos que, según escuché, se llama Patrones Comportamentales de Control Social. El miedo como un comportamiento implementado desde nuestros primeros años y reforzado durante toda nuestra vida. Por eso hacían estudios más profundos en los niños que en los adultos capturados. Por eso me fue más fácil huir.

—¿Cómo hizo para huir Ma…

Fue solo un instante de distracción.

Un golpe seco en el rostro de la Alumna y varios con bastones de electroplasma sobre el cuerpo del Maestro.

La División es contundente.

Al Maestro lo arrastran por toda la Calle del Cubo hacia el occidente, muy posiblemente para dejarlo en el Purgatorio de nuevo.

Reincidir no es bueno.

La Alumna es llevada por la Carrera Quinta hacia el sur. No sabemos cuál será su paradero. Esta conversación queda así por ahora.


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