martes, 12 de mayo de 2009

La última partida


Por: Jorge Bernal Medina


A Enrique Gómez


Entro al salón de billares, afuera dejo la estridencia de la calle. Percibo el olor de los paños recién cepillados, la textura de este ambiente bohemio, congelado. A izquierda y derecha, absortos en su vigilia, miro los rostros de los campeones, impertérritos: Ceulemans, Zannetti, Jaspers, entre otros.


Desde el lugar en el que me encuentro sentado, visualizo este mundo con una transparencia vertiginosa. Veo, en mi cabeza, jugadas ideadas más no ejecutadas. La práctica y la persistencia quizá logren realizarlas. ¿Lo haré algún día? En este momento no sé si responder. Ejecuto mi primera tacada…


Intuyo que se hace tarde. Una gitana ha llegado al recinto, despliega una baraja sobre la mesa. La observo: ingeniosamente organiza los naipes constituyendo formas y combinaciones que no entiendo. Los movimientos de sus manos se entrecruzan con el recorrido de las bolas, se tejen como líneas matemáticas en conjunción.


Momentos después me aproximo a ella con la intención de hablarle. Es extraño, no estoy nervioso como cuando me acerco a una mujer, por el contrario, estoy ansioso.

—Cómo te llamas —pregunto.

—Cloto —responde, levantando la cabeza.

No digo nada, ella me mira y sigue en lo suyo. Termino mi tacada, por ahora.


Del otro lado del salón me observan con la intención de ridiculizarme.

No me importa. Otra mujer entra al club, me mira. El balseo se convierte en agite, y la tranquilidad se torna en tensión. Advierto el paso impetuoso de la recién llegada. Su negra cabellera evidencia una sentencia que no duele sino que intranquiliza. Cloto me mira. Busca en mis ojos el reciente interés. No sé a quién mirar. Ambas me han embrujado. Ejecuto mi segunda tacada…

Cazo un chico. ¡Qué importa con quién!


A pesar de mi desconcentración, juego bien. Mi mente no se nubla, pese a las mujeres. Mi juego fluye pero temo perder, no el chico, sino algo más… El que juega conmigo luce un gabán negro y taca bien, en silencio…


Los espectadores van y vienen, indiferentes. Cloto sigue ocupada con sus cartas, y la recién llegada que se ha acercado a su mesa, sin que se note, interrumpe su arte de prestidigitación.


Terminamos la partida, el hombre del gabán negro guarda su taco y se me acerca. Sin mediar palabra lo descubre de nuevo. Había notado que era bello, pero no tanto: es un Adam Custom de 1967. Bajo su esmaltado tiene estampada la rúbrica original de Willie Hope. Sin mediar cortesías, le pregunto:

—¿Cuántas quiere?

Esbozando una sonrisa, me responde:

—Todas o ninguna. —Quedo perplejo.

—Todas —respondo. Ejecuto mi tercera tacada…

El saque me pareció infinito. Desde luego, no lo gané, pero de alguna manera ya lo había ganado. Le tiendo la mano, él también me la estrecha, y algo me dice que hoy ganaré más que este chico. Me presento:

—Enrique Gómez, por si no le había dicho.

—Jaime Bedoya —responde.


Entre los ires y venires del juego, el salón se ha desocupado. El garitero me mira con temor. Todo parece fuera de lo normal. Pero no sé si lo es.

Ha pasado no sé cuánto tiempo. El reloj del salón parece que se ha dañado. Hace más de una hora que marca lo mismo. Le pregunto al garitero qué hora es:

—Son las tres de la mañana.


Se me hace que desde que estoy jugando ha sido, es, y continuará siendo la misma hora. Pregunto a otras personas pero la respuesta es la misma, así, durante horas: las tres de la mañana. Ejecuto mi última tacada…


Otra mujer ha llegado hace algunos minutos, se sienta frente a nuestra mesa, nos mira jugar… El del gabán me dice que juegue. Juego, pero no logro meterme en el chico. Siempre que taco estoy seguro de que él me mira. Pero al mirarlo, parece que estuviera concentrado tan solo en el juego. Nada más. Y no sé por qué sigo jugando tan bien…


Cloto hecha sus cartas, la mujer que ha llegado antes procura deshacer aquel juego, y la última en llegar parece desentenderse del asunto. Si bien no le interesa lo que pasa en la mesa de Cloto, sí está muy pendiente de lo que pasa en mi mesa. Esas cartas no le importan, su atención se centra en las mías, en mi chico, en mi juego, en estas cuatro tacadas ya previstas en la primera mano de Cloto…


Antes del fin, pregunto el nombre de la última dama que ha arribado. Nadie me contesta, nada suena, nadie, todo es bruma. Átropo es su nombre. Termina esta partida.



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