viernes, 24 de abril de 2009

Otra Mañana


Por: Sergio Gama

Esta mañana,
puntualmente, una hoja
cayó, callada.
Kobayashi Issa



Parqueó, se bajó y entró a la casa. En la sala corroboró la hora: seis y treinta. Subió al segundo piso y entró al cuarto de Juancho.
—Joven, a levantarse —Quitó las cobijas de la cama.
—Hoy no teno clase —dijo sin abrir los ojos—, hoy no teno jaldín —Siempre eran así los lunes.
—No, Juancho, hoy sí tienes jardín, hoy no es festivo, levántate —Lo alzó de una pierna, lo agarró por el tronco y se lo echó al hombro zangoloteándolo. Juancho reía—. Joven, a bañarse —Lo metió al baño, le quitó la pijama y lo dejó en la ducha.
Durante varios minutos sonó el agua. Mientras, él esperó viendo la repetición de un partido del Calcio, hasta que el niño salió cubierto por una toalla, con los ojos cerrados y el cabello mojado.
Le inspeccionó las orejas, el cuello y las manos: estaban llenas de tierra, como habían quedado el día anterior después de jugar en el parque con sus primos. Se rió a carcajadas, le quitó la toalla, lo alzó de nuevo y lo regresó a la ducha. Lo bañó de pies a cabeza, lo secó y lo sentó sobre la cama junto al uniforme del jardín.
—Papá Nesto —dijo, con los ojos bien abiertos—, yo toy despielto, mila mis ojos; pelo mis blazos no, mila —Hizo un ademán de intentar moverlos sin obtener resultado alguno—, ¿sí ves?, no se mueven… ¿me vistes? —agregó sonriendo y levantando los brazos.
—¿Cómo se dice?
—Pol favo.
Le puso los calzoncillos, las medias, la camiseta, el pantalón y los zapatos del uniforme, se echó el saco al hombro y puso al niño de pie junto a la cama.
—A desayunar —Le dio una suave palmada en la cola—, carajo.
Juancho salió corriendo muerto de la risa.
Le sirvió un plato de kumis con cereales achocolatados y una tostada. A la par que comía, el niño le contaba sobre el programa de televisión que estuvo viendo el domingo por la tarde; él asentía y hacía gestos de exclamación entre sorbo y sorbo de tinto.
—Acabé, papá Nesto —Levantó el plato vacío sobre su cabeza.
—Me ganaste —dijo viendo su pocillo de tinto que aún iba por la mitad—. A lavarse los dientes, carajo.
Juancho salió corriendo muerto de la risa.
Acabó su tinto, leyó los titulares del periódico, cogió la maleta del niño, revisó que tuviera el cuaderno de las tareas y le echó una manzana, un yogurt, unas galletas y una cuchara; Juancho se había empecinado en que debía llevar una todos los días.
—Ya.
—A ver…, abre, muéstrame —Juancho sonrió tanto como su boca lo permitía: por todos los dientes había trocitos de cereal—. Al baño, carajo.
Juancho salió corriendo muerto de la risa.
Lo alzó para que alcanzara a verse en el espejo del baño. Lo bajó, le abrió la boca y le cepilló los dientes. Como casi siempre que hacía eso, se salpicó de crema dental la ropa.
—Listo, papá Nesto.
—Listo, ahora ve por tu maleta, carajo.
Juancho salió corriendo muerto de la risa, verificó que el cuaderno de las tareas y la cuchara estuvieran allí, recogió la maleta y se la puso.
—Se te olvidó —Le entregó el saco, Juancho se quitó la maleta, la dejó en el suelo y se lo puso desordenándose el pelo.
—Listo.
—¿Cómo se dice?
—Gacias —Y le abrazó las piernas, un poco más arriba de las rodillas. Él respondió despeinándolo por completo.
Lo alzó y lo llevó al taxi haciendo ruidos guturales que Juancho contestaba con rugidos y carcajadas. Lo montó en la parte de atrás del taxi, se subió, prendió el motor y arrancó rumbo al jardín. De nuevo, Juancho le contó del mismo programa, aunque ahora también sobre el de la semana pasada y la antepasada, él le respondía con exclamaciones cortas y afirmaciones igualmente breves. No había trancón y llegaron pronto al jardín. Parqueó, se bajó, alzó al niño y lo zangoloteó de nuevo, ambos rieron con fuerza. Lo dejó en el suelo.
—¿Me las plata?
—Y, ¿pa’ qué quieres plata?
—Pa’ compla comía… —dijo frunciendo el ceño un poco.
—Ya tienes comida en la maleta —dijo conteniendo la risa que le provocaba ver a su nieto fruncir el ceño.
—Pelo más comía, más comía… —Estaba cerca de hacer un berrinche.
—Bien, toma —Le dio cuatro monedas, no supo de cuánto eran, pero supuso que no pasarían de mil pesos… —¿Listo?
—Listo, papá Nesto —De nuevo lo abrazó. Esta vez respondió al abrazo estrujándolo.
Se despidieron, se dieron la bendición mutuamente y lo vio entrar corriendo y mezclarse con la multitud de niños vestidos igual.
Se subió al taxi y se inspeccionó en busca de los rastros de crema dental. Sacó de la guantera una bayetilla, la humedeció con saliva y la usó para limpiarse. Miró la hora: siete y cuarenta. Se le había hecho tarde; su turno iba de las siete y treinta a las once y treinta, para preparar el almuerzo y alcanzar recoger al niño.

Cuando se alejó el taxi, la antigua profesora de Juancho fue hasta la entrada del jardín y recogió las cuatro monedas que permanecían tiradas en el piso. Apenas acabaron de entrar los niños que hacían falta, cerró el portón que instalaron un año atrás, después de que el taxi de don Néstor perdiera los frenos y se llevara todo a su paso, incluyendo a su nieto.



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