martes, 23 de junio de 2009

dieciochoycuarentaycinco


Por: Simón Estrella


¡Maldito!, todo es tu culpa. La vida, la vida… mira Santiago con tu carita de yo no fui, echado en la cama todo el día, no te vas a deshacer de mí. No, no tan fácil. Has pensado, por ejemplo, que en el momento de tu muerte voy a salir como los piojos, caminando por la almohada, y que las sábanas van a ser mi refugio. No te has preguntado qué significa la falta de alimento para mí: ¡mi muerte, Santiagote, eso, mi muerte! ¿O debería haber dicho Santiago de los diablos?

Pero de qué te asombras… ¡Claarooo!, te asusta la muerte.

¿Te acuerdas cuando te reías después de un buen polvo? Bueno, desde que yo te conocí. Supongo que antes hacías lo mismo… ¡Pero ahora le echas la culpa a este tonto! Sí, ahora el culpable soy yo.

Tú y los demás hijos de papi y mami, malditos capitalistas, todos son lo mismo: trago, droga, mujeres, trago, droga, mujeres, hombres, trago, droga… Esa era tu vida y mira cómo terminaste. Te estás muriendo y me endosas tu culpa, qué cómodo. Te contagiaste solito.

No me gusta matar. No me gusta, pero es imposible contrariar a la naturaleza. Igual que tus células, yo me reproduzco todos los días. La diferencia está en que, para sobrevivir, me alimento de ti. ¿Crees que mi vida es un carnaval? No, por supuesto que no. Todos los días tu sangre tiene algo nuevo y no sé a qué me expongo, a veces hago cuarentena para saber si no eres dañino para mí. Entiende, lo único que tengo es tu cuerpo, mi alimento. Tu compañía y tus días de vida que también son los míos.

Ya vienen otra vez. Con sus caras inexpresivas y esas cosas largas de arriba a abajo. Santiaguito, por nuestro bien, aguanta unos días más. Con esa figura que tienes hasta causas miedo. Algunos sienten lástima. Daniel, por ejemplo, ¿tú sabes quién es? El que viene todas las mañanas a poner ese veneno que me dopa y me deja depresivo durante todo el día, y no es que me guste andar como los emos ni nada de eso. ¿Te asombra que sepa de tribus urbanas? Ah sí, Daniel, te contaba de Daniel… él te limpia cuidadosamente (con miedo a contagiarse) y luego te toca la mano y a veces te da un beso, en la frente, y los ojos se le mojan.

La otra gente va y viene todo los días a donde quiere. ¿No has pensado a dónde va la doctora Correa cuando sale de aquí? ¡Tiene una cara de depravada! Yo creo que apenas sale del hospital se va derechito a tirar con el novio. ¿Y Julián?, no creas que no he visto la cara que pone cuando viene en las tardes. Tiene miedo, y no es sólo el miedo que sugiere tu figura, es otro miedo, cómo decir… creo que él piensa que ya está contagiado, y no precisamente por cuidar a enfermos como tú. Bueno, te reitero, yo no soy culpable de nada. ¿Quién te mandó a ser descuidado? ¿Quién te dijo que te acostaras con todas esas personas? Y ahora, sí, claro, ahora el culpable de todo soy yo.

Terminaste así por tu propio gusto: olvidado por tu familia, casi desaparecido, rechazado hasta por tus amigos, defraudado, aniquilado, sin planes, sin futuro y dentro de poco sin vida. Pero tu vida sí me importa porque de eso depende la mía.

Santiago, ¡ya vienen otra vez! ¿Por qué han venido hoy tantas veces? Cada vez estás peor, ¿no es así? Hagamos un pacto, ¿te parece? Es sencillo. Tú no te mueres y yo dejo de alimentarme de ti. ¿Qué dices? Sería una tregua o algo así.

Es que mírate, no más. La cara que tienes ahora… y pensar en la cara que hacías cuando vivías feliz. Los que se decían tus amigos no te han visitado en mucho tiempo y claro… antes se veían todos los días. ¿Ves Santiagote cómo es la vida? ¡Qué paradoja! Ahora estás solo, aquí, conmigo, muriéndote y culpándome de algo que no hice.

Santiago estás respirando más suave. ¡No lo hagas!, ¿intentas asustarme?

¡Santiago! ¡Santiago!

¡Un médico! Que alguien me ayude… Nos estamos muriendo. ¡Santiago! ¡Por favor! ¡Santiago! ¡Di algo! ¡No es mi culpa que te mueras! Yo sólo vivo en ti y…

Hora de defunción: dieciochoycuarentaycinco.


No hay comentarios:

Publicar un comentario