martes, 5 de mayo de 2009

Western


Por: Frank Jiménez


Annette se sentó en el murito que sirve para separar el patio del resto de la casa. Saqué un par de Luckys, mi Zippo (rojo) y comenzamos a fumar. Ella me contaba sobre su día en el Bodytech: quería tener un culo parado y redondo. Le dije que no era necesario, lo tenía perfecto.

Nunca me fijo mucho en las nalgas de las mujeres, pero Annie sí que tenía un buen par.

Ella continuó hablando y yo mientras tanto seguí concentrado en otras cosas, a lo bien, no me interesaba mucho lo que dijera, simplemente asentía o negaba dependiendo del ritmo en el que terminara la frase.

Lancé mi colilla a la casa de al lado. Me acerqué a Annete, le di una buena bofetada, la agarré y la volteé. Hizo ademán de zafarse y se quedó a la espera de mi próximo movimiento. Fumaba. Metí la mano entre sus Angels by Victoria’s Secret (rosaditos) y, enfermo, recorrí su pecho, sentí sus pezones ya duros, firmes y erectos. Le subí la blusa noséquémarca (negra) y aluciné con su espalda pálida y sembrada de pecas.

Se apoyó en el murito, como una perra, y me dispuse a tomarla por detrás. Iba a enseñarle para qué era bueno su culo, a ver si dejaba esa marica obsesión por su físico.

Con una sola mano le apreté bien duro una tetica y luego la otra. Estuve un rato manoseándola bien bueno, después seguí para abajo, me estrellé con su vulva tibia, dispuesta; rocé sus labios, pero a lo bien, pasé derechito para donde iba. Puse mi corazón –el dedo– en su culo, lo introduje hasta donde pude, lo giré un par de veces y se lo saqué; un olor a mierda me invadió.

—Huy no, marica, usted no se imagina lo que duele eso.

Desabroché mis vaqueros Levi’s, esculqué en mis Calvin Klein (blancos), saqué mi verga empalmada y se la pasé por las nalgas. Annette me pidió otro Lucky, la ignoré y seguí en lo mío. La tomé del pelo, la acerqué y al oído le susurré:

—Apuesto que su novio nunca le ha hecho esto.

—No, ni mierda, en la vida vuelvo a hacerlo.

Se la metí de una. Fui empujando hasta alcanzar un buen ritmo, me sentí bastante a gusto, nunca habría creído que Annette –qué nombre tan apropiado para aquel momento– tuviera un culo tan hospitalario y provocara tanto placer. Seguí moviéndome y empecé a jadear como Sumadre, el perro que tenemos en la finca. Apreté su cabellera con más fuerza, sincronicé el galope y me sentí como Clint Eastwood en un western con música de Ennio Morricone.

Annie gimoteaba. Era un sollozo calmado, imperceptible. Saqué un Kleenex para que se secara. Quería ser el bueno. No quería ser el malo. No me importaba si era el feo.

Luego de un rato estaba agotado.

—¿Le gusta?

A punto de venirme.

—¡Oiga!, que si le gusta.

Sentía el final…

—¡Maricón! ¡Que si le gusta mi culo!

Regresé a la conversación. Le dije que sí; saqué un par de Luckys, mi Zippo (rojo) y fumamos durante el resto de la noche.



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